Este testimonio lleva las experiencias desalentadoras de ser intérprete de lengua de señas. Muchas veces me he sentido impotente y tanto extraños como amigos con buenas intenciones, han aclamado mi labor como intérprete por percibirlo como un acto de abnegación.
La gente está programada para alabar a los intérpretes. Los medios los caracterizan como almas caritativas, enviados de dios o al menos, como buenos ciudadanos. Al mismo tiempo, los intérpretes no somos buenos diciendo que esto es un trabajo que debería ser remunerado como cualquier otro, que no es un regalo para los sordos sino un derecho constitucional y que nuestra presencia lo cumple parcialmente, sobre todo, es difícil admitir que proporcionar intérpretes de lengua de señas en los espacios, no garantiza el acceso a la información.
Aunque el recuadrito del intérprete se ve muy objetivosdedesarrollodelmilenio en las propagandas que las empresas y los estados emiten cuando están de un humor inclusivo, aunque sirve para crear entretenidos montajes de porno inspiracional en Youtube, muchas veces ser intérprete es inutil.
Por ejemplo, cuando te invitan a un evento para proclamarse incluyentes y no convocan a los usuarios de la lengua o, cuando dan largas charlas con términos académicos que nadie entiende o, cuando piensan que con un intérprete van a solucionar la brecha educativa con la que carga un joven sordo al que han admitido en la universidad para cumplir con una cifra o, cuando la gente atribuye el alto porcentaje de analfabetismo a la sordera y no a la privación lingüística consecuencia de la inhabilidad del sistema médico de direccionar a los cuidadores primarios a la lengua de señas y al débil sistema de educación pública bilingüe bicultural.
He interpretado demasiadas veces como voluntaria para oyentes a los que en realidad no les importa, he interpretado, también demasiadas veces, para oyentes a los que sí les importa pero no tienen el presupuesto para lanzarse a un proyecto verdaderamente inclusivo.
Pongo estos dolores en algún lado para sacarlos de mí y de mi cuarto, que me ha visto paliar la desesperanza fuera de mi camino como si fuera una capa de nieve perpetua que se acumula por varios centímetros en una región que no tiene cuatro estaciones ni equipo de invierno. Los pongo en papel para dramatizarlos. Lo hago disponible en colores pastel para balancear la amargura.